Aprendiendo a Orar

By Ross Rhoads   •   May 23, 2013

por Ross Rhoads

Hay ocasiones en las que una pequeña niña, temerosa en medio de la oscuridad, piensa que sus padres no la escuchan, sin darse cuenta que aquéllos que más la aman siempre están ahí. En medio de las oscuras experiencias de la vida, nosotros también podemos fallar en entender que nuestro Padre celestial siempre está ahí con nosotros, que nunca nos dejará y que nunca nos abandonará (Hebreos 13:5)

Dios no sería Dios si no pudiera hacer más de lo que pensamos o  imaginamos. La premisa de toda oración es quién es Dios – un Señor eterno para Quien nada le es desconocido. Decir lo contrario resulta incongruente al pensar en Dios como Dios. Él es todopoderoso, listo  para responder y nunca indiferente. Dios no está limitado por el tiempo ni por el espacio; Él es inmutable y perfecto; ilimitado en amor y eterno. Qué increíble resulta el poder acudir al Dios Todopoderoso en oración.

Clamando a Dios
La forma en la que la oración es primeramente descrita en la Biblia es: “Invocar el nombre del Señor”. Es interesante que no exista registro alguno de que Adán y Eva hayan orado o se hayan arrepentido después de su desobediencia. Después de Caín y Abel , Adán tuvo otro hijo llamado Set, quien a su vez tuvo un hijo llamado Enós; y la Biblia dice que desde entonces, la gente comenzó a “invocar el nombre del Señor” (Génesis 4:26).

El pueblo de Dios Lo ha invocado desde entonces. El salmista repetidamente expresa, “Oyó mi clamor.” Abraham intercedió por Sodoma; Elías gritó en el Monte Carmelo: “Respóndeme Señor, respóndeme (1 Reyes 18:37 NVI); Ana sollozó, abrumada por la esterilidad; David clamó al Señor para ser librado de sus enemigos; Daniel oró tres veces al día; Pedro, hundiéndose en el mar de Galilea gritó: “¡Señor, sálvame!” (Mateo 14:30 NVI).

Pero el bendito Señor Jesús oró la oración de las oraciones mientras enfrentaba la cruz. Estaba en angustia y oró de todo corazón. Su sudor era como gotas de sangre y  estaba “sumamente afligido hasta el punto de muerte”. En la hora de Su gloria, con angustia y lágrimas, Jesús se entregó a la santa voluntad de su Padre (Juan 17:1, Mateo 26:38, Lucas 22:44 NVI).

Qué dice la Biblia acerca de la oración
La oración, primordialmente resulta imposible sin una relación de confianza con Dios Padre. El Hijo de Dios dijo, “Cuando oren, digan Padre” (Lucas 11:2 NVI) y “si oran al Padre en mi nombre, Él les dará todo lo que pidan” (cf. Juan 16:23). La oración es pedir y recibir. Es el medio a través del cual, el Hijo de Dios le pide al Padre que cubra toda necesidad. Sin embargo, la Escritura advierte: “Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones. (Santiago 4:3 NVI)

Las Escrituras nos enseñan muchas otras cosas acerca de la oración, tales como las siguientes:
    •    La oración sólo debe ser presentada en el nombre de Jesús. Nadie, más que Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres –no María, la madre de Jesús ni ningún otro santo.  “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1Timoteo 2:5 NVI).
    •    La oración nunca es presentada al Espíritu Santo, siempre es al Padre; a través del Hijo, el Señor Jesucristo; y por el Espíritu Santo. “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.” (Romanos 8:26).
    •    La oración es personal, espontánea, improvisada, de corazón, llena de adoración y alabanza. Jesús advirtió que ésta no debe estar llena de palabras repetitivas y vacías. “Cuando te pongas a orar “, dijo, “entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará.” (Mateo 6:6 NVI).
    •    Las oraciones deben ser expresadas con confianza. “Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.” (Hebreos 4:16 NVI).
    •    Pero sobre todas las cosas la oración debe hacerse  con un corazón puro. “Si en mi *corazón hubiera yo abrigado maldad, el *Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18 NVI).

Enséñanos a Orar
Un día cuando los discípulos oyeron a orar a Jesús, dijeron, “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Ellos sabían lo que era la oración, pero lo que realmente estaban diciendo era: “Señor, enséñanos a orar así” ¿Fue por el tono de su voz, o la selección de las palabras? Cómo oró el Señor y cuál fue su oración específica no quedó registrado en la Biblia, posiblemente para prevenir que se pensara que esa oración en específico tenía poder divino, haciendo cualquier otra oración menos efectiva.
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Pero Jesús les dijo, “Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” (Mateo 6:9-10 NVI). El énfasis está en que su voluntad sea hecha. La prueba de nuestra fe se hace evidente cuando obedecemos lo que Dios desea y cumplimos con lo que Él requiere. Si conozco lo que Dios quiere y cuál es Su voluntad, no pediré nada que vaya en contra de Su voluntad. Este es el significado de las palabras de Jesús: “Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14 NVI) y “Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa” (Juan 16:24 NVI).

La oración es la evidencia de contrición y dependencia de Dios. El presidente Abraham Lincoln confesó “He sido muchas veces llevado a estar sobre mis rodillas por la abrumadora convicción de que no tengo a donde más ir.” La honestidad y la sinceridad son el preludio de la oración. Martín Luther confesó: “soy más ortodoxo cuando oro que cuando predico”.

A través de la oración podemos vencer a la preocupación y a la ansiedad. La palabra bíblica para “ansiedad” significa ser atraído en diferentes direcciones para ser confundido. La preocupación es la ansiedad exponenciada. La palabra de Dios nos aconseja, “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7 NVI)