La vida cristiana victoriosa

Cada vez me convenzo más de que nunca veremos un avivamiento en los Estados Unidos a menos que los cristianos cumplan con ciertos requisitos bíblicos para que ese avivamiento tenga lugar. Las grandes multitudes que se reúnen, la maravillosa colaboración de las iglesias y las puertas que se abren para ministrar no tienen precedentes; todas son pruebas de que Dios se está moviendo. Pero el avivamiento arrasador que muchos cristianos anhelan, y por el cual han orado, aún no ha llegado, aunque hay evidencias de que podría estar preparándose.

Cuando Dios mira desde el cielo y ve el estado actual de la fe cristiana en los Estados Unidos, me parece que debe sentirse apenado. Miles de cristianos han dejado su primer amor; otros, no son ni fríos ni calientes. Como Dios le dijo a la iglesia de Laodicea: «Dices: “Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te das cuenta de cuán infeliz y miserable, pobre, ciego y desnudo eres tú» (Apocalipsis 3:17).

La iglesia en los Estados Unidos está bien organizada. Parecería que hay fondos ilimitados disponibles. Por todos lados se levantan nuevos edificios de iglesias. Parece que no nos falta nada, pero no puedo dejar de escuchar, una y otra vez, las mismas palabras ardientes que penetran en nuestra alma: «…pero no te das cuenta de cuán infeliz y miserable, pobre, ciego y desnudo eres tú». Ha llegado el momento de llamar a los cristianos al arrepentimiento.

La Biblia enseña que hay tres clases de personas.

Primero, el hombre o la mujer natural. Al respecto dice: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1 Corintios 2:14). La Biblia enseña que cada ser humano que nace en el mundo, nace en pecado y es, por naturaleza, hijo de ira. Todos estamos separados de Dios y totalmente desvalidos. Sin embargo, esta persona natural suele ponerse una careta de religiosidad y esforzarse por agradar a Dios por sus propios medios. Las personas naturales pueden orar e ir a la iglesia. Quizá sean religiosas, pero su religión suele ser una religión de obras, de «vivir una vida correcta», de esforzarse por hacer las cosas lo mejor posible.

La Biblia enseña claramente que ninguno de nosotros puede mejorar nuestra naturaleza caída. Por nosotros mismos, con nuestras fuerzas y a partir de nosotros, no podemos agradar a Dios. Por mucho que oremos, por muchas obras buenas que hagamos, no podemos llegar a ser aceptables a los ojos de Dios. La persona natural puede ser culta, capaz, educada, refinada y —según el desarrollo de sus dones naturales— llegar a ser un magnífico espécimen humano. Pero la persona natural es, según la Palabra de Dios, totalmente incapaz de conocer o comprender las cosas de Dios. Hay una sola cosa que los hombres y las mujeres naturales pueden hacer: arrepentirse de sus pecados y aceptar por fe a Jesucristo.

Segundo, hay un grupo que algunos han llamado «cristianos carnales». El apóstol Pablo dice en 1 Corintios 3:1: «Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales, sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo». Los cristianos carnales son personas que continuamente contristan al Espíritu Santo con su carácter, su susceptibilidad, su irritabilidad, su falta de oración o su amor a sí mismos. Estas son señales de carnalidad, de una condición de “niños en Cristo”. Estas personas viven una vida mundana.

Un tercer grupo son los cristianos espirituales. La persona en la que mora el Espíritu Santo, dice la Palabra de Dios, es capaz de entender las verdades espirituales. Los hombres o mujeres espirituales quizá no tengan estudios universitarios, pero pueden saber más de Dios que un académico que no ha nacido de nuevo, o un líder con gran conocimiento teológico que no ha sido santificado ni consagrado. Para el cristiano espiritual se abre todo un espectro de conocimiento espiritual del que este mundo no sabe nada y del que el cristiano mundano solo puede tener una muy vaga idea.

La pregunta que se nos plantea es: ¿cómo puede un cristiano carnal convertirse en un cristiano espiritual?

Quizá hubo algún tiempo en que usted era un cristiano espiritual. Aún conservaba su primer amor y su corazón ardía de amor por Dios. Pero algo sucedió en el camino; algo ha perturbado su relación con Dios, y usted ya no tiene el gozo, la paz y el entusiasmo que alguna vez tuvo. Ya no se toma el tiempo para leer la Biblia. Sus tiempos de oración son escasos. Su interés en las cosas espirituales se ha desvanecido, y sin embargo, siente una gran hambre de Dios, un ansia en su alma por el gozo y la victoria que ha visto en las vidas de otros. Usted anhela tener ese gozo en su alma, tener esa emoción en su corazón. Quiere volver a conocer el poder de la oración.

La Biblia enseña que podemos tener una gloriosa victoria diaria. La Biblia dice: «Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia» (Romanos 6:14). Pablo escribió en Romanos 7:24: «¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?». Y luego responde de esta forma a su propia pregunta: «¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!» (Romanos 7:25).

En Romanos 8:2 leemos: «Pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte». Y en 1 Corintios 15:57: «¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!».

Desde el punto de vista divino, un cristiano vencido es algo anormal. Son miembros paralizados del Cuerpo de Cristo. Apartarse y ser un cristiano carnal o tibio no solo es inexcusable: también es incompatible con la experiencia cristiana normal. Son estados que producen un régimen de contradicción. Dado que el Cristo vivo habita dentro de cada uno de los que lo han aceptado como su Salvador, no hay jamás ninguna razón para la derrota. ¡No hay enemigo demasiado poderoso para Cristo! ¡Toda tentación puede ser resistida!

Si usted, siendo cristiano, es vencido por el enemigo, la explicación más sencilla a su situación es que usted le ha negado a Cristo el lugar de supremacía que le corresponde en su corazón. El destronamiento de Cristo siempre produce fracaso en la guerra espiritual. Es Cristo, y solo Cristo, quien puede darle una vida victoriosa diaria, de forma continua.

No obstante, la Biblia enseña que cada cristiano tiene tres enemigos.

El primer enemigo con el que debemos contender es el mundo. Ahora bien, «el mundo» significa este mundo malvado presente, el gran sistema del mal que nos rodea. Es todo lo que está a nuestro alrededor y tiende a hacernos pecar. «El mundo» se puede referir a las personas malas de este mundo, o las cosas de este mundo.

Ciertas cosas de la vida cotidiana no son pecaminosas en sí mismas, pero pueden llevarnos a pecar si abusamos de ellas. Abuso significa, literalmente, ‘uso excesivo’ y en muchos casos, el uso excesivo de cosas legítimas conduce al pecado. Pensar sobre las necesidades de la vida y ocuparse de la familia es esencial. Pero esto puede degenerar en ansiedad, y entonces, como Cristo nos recuerda, los cuidados de esta vida ahogan la semilla espiritual en el corazón (Marcos 4:19). Ganar dinero es necesario para la vida diaria. Pero el afán de ganar dinero puede degenerar en amor por el dinero, y entonces, el engaño de las riquezas puede entrar a nuestro corazón y arruinar nuestra vida espiritual. La Biblia nos amonesta: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él» (1 Juan 2:15).

El segundo enemigo del cristiano es la carne. Pablo dijo: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo» (Romanos 7:18). La Biblia enseña que la carne es la naturaleza humana caída. Es el principio corrupto del pecado, la naturaleza humana que los hombres y las mujeres naturales han heredado de sus progenitores caídos. Es el punto donde se inician esos horribles pecados que tan fácilmente arruinan el gozo del cristiano y su testimonio. Los pecados del mal temperamento, la irritabilidad, el mal humor, la envidia, el orgullo, el egoísmo, la falta de perdón, la ansiedad y la preocupación, la brusquedad, las quejas, la crítica, la lujuria; todas estas cosas son características de la carne.

El tercer enemigo del cristiano es el diablo, a quien Pablo llama «el que gobierna las tinieblas» (Efesios 2:2). La Biblia enseña que el diablo es una persona real. Su objetivo es derrotar la voluntad de Dios en el mundo, la iglesia y el cristiano. Es el incansable enemigo del alma humana. Debe ser enfrentado y vencido. Gracias a Dios, porque por medio de la victoria de Jesús en la cruz, este poderoso enemigo ha sido total y finalmente aniquilado. Un día, todo el mundo verá la total consumación del triunfo de Cristo. Mientras tanto, Satanás está muy ocupado en el mundo; a veces, presentándose como ángel de luz (vea 2 Corintios 11:14), y otras, como león rugiente buscando a quién devorar (1 Pedro 5:8).

Estos, entonces, son nuestros tres enemigos: el mundo, la carne y el diablo. La actitud del cristiano ante estos tres se resume en una palabra: renunciar.

No debe haber negociación, ni concesiones, ni dudas. La renuncia absoluta es el único camino posible para que el cristiano tenga victoria en la vida. Si usted es cristiano, no hay excusa para no tener victoria diaria en su vida renunciando al pecado y permitiendo por fe que el Espíritu Santo tenga el control de su vida.

Y si usted es aún una persona «natural», es decir, si nunca ha conocido el gozo y la paz que da Jesús, usted puede recibir el perdón si se aparta de su pecado y acepta por fe a Cristo como Señor y Salvador. Usted puede conocer la paz con Dios que solo Cristo puede dar. ¿Por qué no acude a Él ahora mismo?